lunes, 24 de noviembre de 2008

La educación es lo primero, el país viene después.


María Guzmina de 24 años, proveniente del norte de Ecuador, llegó a Chile en 1996 siguiendo a su hermana para encontrar nuevos mercados donde vender sus artesanías. Los primeros meses vivió junto a ella, pero cuando conoció a Marco Flores, su actual esposo y compatriota, comenzó a arrendar una habitación cerca del metro ULA. Al tiempo después se casó y nacieron sus hijas Jocelyn de 7 años y Aileen de 5. Desde ese instante la educación que éstas tendrían se transformó en la prioridad de su nueva familia.

Actualmente, María es vendedora ambulante. Vende pulseras y collares confeccionados por ella misma. De lunes a domingo se instala en plena Alameda, acompañada siempre de su hija menor, con quien la encontramos sentada en la vereda del paradero. Es fácil distinguirla entre los demás vendedores ambulantes. Tiene una larga trenza, piel morena, una falda negra y un chal que lleva encima de sus hombros. Al igual que ella, su esposo se dedica a las artesanías y además pertenece al grupo folklórico "Taller Llancuna".

Durante el invierno, como las lluvias dificultan las condiciones de trabajo en las calles, la pareja ecuatoriana prefiere hacer sus labores dentro de su hogar. María por un lado, se queda en casa haciendo tejidos y sólo trabaja a pedidos. Marco, por el otro, se dedica a viajar junto a su grupo. Pero cuando los viajes no resultan, o simplemente no hay, se queda en casa para ayudar a su esposa. Ambos prefieren el verano, María dice que el trabajo es mucho más fructífero. Y, como Jocelyn está de vacaciones en el colegio, puede tomar sus pertenencias y recorrer Chile libremente junto a su familia, pues no tienen nada más que los aferre a la capital. "Durante las vacaciones de mi hija, arrendar aquí o allá, en el sur o en las playas, es lo mismo. Además, en esta temporada la vigilancia de carabineros es menos rígida", dice María. Afortunadamente jamás la han llevado detenida ni le han quitado los productos que son suficientes para sustentar a su familia.

En Chile, María no ha tenido mayores problemas de adaptación. Tiene una visa temporaria, está en Fonasa y hasta el momento se ha atendido normalmente en la salud pública. Aunque muchas veces en su vida ha tenido que imponer su nacionalidad cuando las personas la confunden con una peruana o boliviana. "A mí no me gusta pelear con la gente. Pero cuando me dicen que vengo de otro país porque soy morena, me enojo y me defiendo. Soy ecuatoriana. A los chilenos no creo que les guste que los confundan con otras razas".

María siempre está en permanente contacto con sus familiares que viven en Ecuador. Todos los años a fines de Julio, viaja a visitar a su familia y a veces se queda uno o dos meses en su tierra natal. Estos viajes, para Jocelyn (su hija mayor) han dificultado la continuidad de sus estudios. La educación de Chile y Ecuador es muy diferente, según comenta María. "Allá en Ecuador los que están cursando primero (básico) son los que aquí están en pre-kinder o kinder. Mientras aquí les enseñan a leer, allá le están enseñando las vocales." Un semestre María matriculó a Jocelyn en Ecuador y cuando regresaron a Chile, su hija quedó completamente atrasada. "Su aprendizaje ha sido un proceso más lento", dijo María. Pero afirma que en el colegio República de Colombia (ubicado en Grajales con Bascuñan), donde Jocelyn está en segundo básico, la han ayudado y orientado bastante.

"Me he acostumbrado bien a Chile, a veces hecho de menos las comidas de mi país o nuestras fiestas típicas, pero cuando viajo a Ecuador, me siento como una extrajera y me dan ganas de volver". Aún así, María no piensa quedarse más de 3 años, porque pretende que Jocelyn se eduque bajo las costumbres de Ecuador.

María mira alrededor y pregunta la hora. Son las 13.20. Al momento se levanta de la vereda donde está sentada vendiendo las artesanías, toma de la mano a Aileen, su pequeña hija, y dice que debe ir a buscar al colegio a Jocelyn para más tarde volver a trabajar. Antes de marcharse toma su mercancía y dice que está dispuesta a hacer todo tipo de viajes para que sus hijas puedan tener una educación de calidad y, ojalá, entrar a la Universidad, no así como ella o su esposo que sólo pudieron estudiar hasta la Enseñanza Media.
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1 comentario:

Alfredo Sepúlveda dijo...

La historia está bien reporteada y escrita, aunque adolece de un error: ¿dónde se instala ella? Sabemos mucho de su vida, pero poco de lo que está pasando: tiene poca calle.